Normalmente cuando hablamos del negocio de las falsificaciones siempre responsabilizamos a los más débiles y pobres de la cadena, obviando que quienes se lucran realmente son las mafias que producen y distribuyen desde China, las cuales disfrutan de un alto poder adquisitivo y menos riesgos que aquellos desgraciados que se dedican diariamente a la venta ambulante, al ser un negocio más lucrativo y menos sancionable que el tráfico de drogas, armas o personas.
Las falsificaciones abundan y se toleran, generan enormes bolsas de dinero negro, roban recursos a la economía regulada, y necesitan de trabajo ilegal, alimentando organizaciones criminales y, en suma, perpetúan la desigualdad. Este fenómeno desborda los recursos policiales y judiciales que se encuentran desbordados, lo que lo hace imparable creciendo sin control tanto a nivel municipal como estatal.
No olvidemos que la piratería causa un fraude fiscal en impuestos mensuales de decenas de miles de euros en perjuicio de la Seguridad Social y servicios públicos, así como un perjuicio directo al empleo y comercio local.
Ahora ya no encuentras miles de prendas en un almacén de Cobo Calleja (Madrid) o en Badalona. Hacen las camisetas por una parte y los logos por otra. E intentan que la culpa se la echen al último eslabón de la cadena cuando toda medida legal es inútil si no se actúa en los centros de fabricación de China. La OCDE sabe que el camino de la piratería comienza en el 75% de los casos en sus fábricas, un negocio mundial ilegal tras el que hay personas que conocen muy bien los mercados, las aduanas… y son muy reactivos. Si consideran que una mercancía se detiene sistemáticamente en una aduana, pasarán a otra. Ahora mismo la más permeable es el Pireo, en Grecia, llegando a cualquier país de la UE por carretera en cuestión de días.

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