Qué a nadie se le olvide que el terrorista no es sólo quien aprieta el gatillo o pulsa el botón de un explosivo, sino que es una actividad criminal que necesita financiación para existir. Con un dinero que no circula por los desiertos y valles de Afganistán o Irak, sino por los grandes bancos de Nueva York o Londres, como por las sociedades pantalla de Bruselas o Riad. Patrocinado todo por oscuros intereses que no son solamente religiosos, sino políticos; donde los negocios de armas y los réditos estratégicos de varios países prevalecen a costa de decenas de víctimas, con el objetivo de desestabilizar y provocar una previsible reacción, mediante el miedo al terror que justifiquen acciones y medidas que en otras circunstancias no se darían.
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